Al Turquino por Granmma (O cómo se toca el cielo con las manos)

8 de Julio

Hora de salida, 10:00. Multiplicada por el CDU (coeficiente de demora universal): 13:00. Tarde como siempre. Pero ahí vamos. Una vez más en el camino con la adarga al hombro, a por la aventura que espera. Ocupo mi eterno asiento del copiloto la Hyundai H-100. “A viaje, Antonio” digo por costumbre, y de repente me embarga la tristeza. Tony no la pilotea desde hace un año.  Ahora conduce Yhosvany. Maneja bien, pero le falta el estilo de Tony. Juan Antonio Santamarina es un fuera de serie, el mejor conductor que he conocido, y ahora extraño, mientras me aburro en el largo tramo de autopista de Provincia Habana. Intento dormir, pero ya se me ha pasado el gravinol que me tomé temprano, Me piden música y pongo a Diana Krall. No pega. Pues dejad que cante Joaquín Sabina. Pero bajito.

Santa Clara. Conjunto Escultórico Ernesto Guevara. Estoy de estreno. Tantas veces he pasado de largo y nunca verlo. No me gusta la estatua del Che. Pero igual,  ahí está la leyenda. Con su cara chata y arrugada mirando quien sabe dónde, M2 en mano. Pero ahora entro al memorial y todo cambia. Me decepciona un poco el museo. Fotos grandes y pocos objetos. Pero al final, con solo abrir una puerta, espera el momento definitivo. Ahora la luz es suave, casi únicamente para marcar los nichos donde yacen los restos de los guerrilleros de Bolivia. Al centro, la foto de Korda, esta vez en bronce, guarda a quien se cuestionó un día si su destino era el de quien  sigue viaje, o el del que se queda a desfazer entuertos. Y ahí lo que fue del Hombre, y algo místico hay ahí. A veces parece que algo brillara desde dentro, y traspasara el bronce y la piedra, y el corazón de quien lo contempla con emoción grande y la mirada perdida, en el infinito, o como más le hubiera gustado a él, en el futuro.

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De nuevo autopista. En Ciego  de Ávila se rompe el Caballo de Batalla. Cambiamos de ómnibus y perdemos el mp3, el aire aCondicionado… y el freno de emergencia. Bajamos de primera clase en Air France a turista en Aero Caribbean.  Pero hay que llegar a Bayamo y la noche ya es negra. Hace un rato que terminó la autopista y ahora rodamos por la Carrretera Central. Me empleo a fondo como  y navegante. Para no dormirme, ocasionalmente me doy un par de cachetadas tras cada bostezo. Calculo distancias en el mapa,  el consumo de combustible, y aviso los grados de las curvas que vienen. Y Bayamo al fin. 04:00. La reina del Valle del Cauto, como ciudad vieja, posee un trazado vial laberíntico. Nos perdemos en la ciudad dormida y mis ancestros bayameses me juegan una mala pasada con la orientación. Tras veinte minutos de tanteo, encontramos, al fin, al Hotel Sierra Maestra. Comparto la 410 con Yhosvany. Despertador para las 07:30. Caemos como troncos.

9 de Julio

08:00. Ahora rodamos hacia Manzanillo. Granma es la provincia donde se concentra la mayor cantidad de sitios históricos en Cuba. Quizás existe en el ambiente una especie de energía que tienta a la subversión. Y ahí la Yara donde fue quemado Hatuey, acaso bajo esta ceiba o a la orilla del río. Como no conozco el lugar exacto juego a imaginarlo. Cuenta la leyenda que  cuando era incinerado el cacique, una esfera de luz, salió de su cuerpo y con el tiempo recorrió toda la isla. Se dice que en octubre de 1968, fue vista de nuevo por esta región.

Luego, Manzanillo, la vecina más bella de Bayamo, y como bellas, rivales eternas e irreconciliables. Golfo de Guacanayabo, con los cayos  que alguna vez fueron refugio de contrabandistas, como telón de fondo. Malecón y un Benny Moré de bronce le canta a la bahía. En los días de aguacero, por las calles  inclinadas baja en torrente la lluvia. Para probar la liseta nunca alcanza el  tiempo. En la próxima dicen, como siempre. A cambio, helados en el Parque Céspedes. Y mientras retrato la glorieta y las esfinges me zampo par de vasos de ostiones con picante y tomate. (“Y frescos?-de puerto de mar”). El teatro de Manzanillo se construyó en 1823. El joven Carlos Manuel de Céspedes fue alguna vez, jefe de escena. Pasamos por el parque infantil Bartlomé Masó. No entro, pero lo veo idéntico a la foto que me hiciera, con la Smena 8, el abuelo Alla cuando me llevó a conocer su tierra en el 1989. Mientras, Ulises se retrata junto al busto de su bisabuelo, comandante del 95, corresponsal de guerra e historiador de la ciudad. Algo de la nostalgia de Cárdenas tiene Manzanillo. De Cárdenas y de cualquier antigua ciudad con puerto y fábricas de azúcar, de familias arraigadas, comercios y barcos en la bahía. Hoy, junto al los pilotes del muelle derrumbado, solo flotan botes de pesca.

La ciudad ha quedado atrás. Ahora nos detenemos en el criadero de cocodrilos de la Empresa de Protección de  Flora y Fauna. Curioso, pregunto si los saurios son traídos de las cercanías, y me explican que es completamente artificial. Vienen de la desembocadura del Cauto. Recorremos los compartimientos de cría. De uno a otro los mueven a medida que van creciendo, hasta llegar al estanque artificial, donde tienen al mayor de todos, al que nunca alcanzo a ver, pero -me dicen- mide 4 metros. Por último, la “incubadora”, una caseta techada con tejas plásticas a modo de invernadero, y el calor aumenta. La temperatura determina el sexo de las crías. Los cuento por centenares y los trabajadores aún nos hablan de una ampliación. ¿Y qué comen? Pues pescado.

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La Demajagua. El lugar es sobrio. La casa sobre la colina no es la original. Luego la vía que termina en las dos banderas. Más allá la ceiba nueva que creció junto a la primera que guardó las ruedas dentadas. Al fondo, el muro de piedra ascendente, representa un caimán que tiene por ojo la Campana. Cuando se habla de ingenio, uno se imagina el central de Jatibonico. Pues La Demajagua era una fábrica a cielo abierto, y ni siquiera producía azúcar, sino mieles de caña. Creo que el secreto de su encanto es la cercanía del mar. Las fotos clásicas -la Campana, las ruedas del trapiche- casi siempre se hacen de espaldas a la costa, y  muchos piensan que el ingenio está tierra adentro. Pues no. Hace poco más de un año visité el lugar poco antes de que el sol se escondiera bajo las aguas del golfo. Ante tanta belleza, cualquiera hubiera sentido deseos de hacer un poema o una pintura, o una revolución. Está hermosa y bien cuidada la Cuna de la Patria. El Director y responsable del lugar recrea el 10 de Octubre con esa emoción que sale del amor bueno por el trabajo, el que se renueva cada día, en quien que no piensa los centenares de veces que ha repetido un ritual, sino en quien se siente nuevo ante cada auditorio. Y es Céspedes y luego Masó, y el Abanderado y un esclavo. Al principio parece chiflado, pero poco a poco va contagiando su energía. Cuando termina, uno se aguanta de de gritar también ¡Viva Cuba Libre! El ingenio fue destruido en los días posteriores al grito de Yara. Lo cañoneó el mismo “Neptuno”, que fuera hundido en el 98 como parte de la Escuadra de Pascual Cervera. Las cosas de la vida.

Rumbo al sur, pasan Campechuela, Media Luna y Niquero, Las Coloradas. Y al final, Cabo Cruz. De más decir que fui directo a treparme sobre el tanque de agua a autoplagiarme una de mis fotos preferidas. Luego las fotos de rigor del faro (A mi amigo Jose Carlos le encantan  y yo le estoy preparando la colección de faros de Cuba)  Almorzamos en un modesto pero muy agradable restaurant donde degusté por partida doble del cóctel de camarones que más me ha gustado hasta el sol de hoy. Luego, sobremesa y baño en la playa pequeña, en medio de la inmensa sensación de paz que se siente en lugares como este. No es la tranquilidad de las playas desiertas, sino la paz de estar en uno de los extremos de la tierra hasta la cual puedes llegar, y contemplar cómo hay gente que vive vidas enteras sin nuestra agitación urbana de correr a todas partes para llegar puntuales a ningún sitio.

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A la vuelta, visita al museo de Las Coloradas y foto frente al Granma. Nos volvió a faltar acaso lo más importante y es repasar el camino de los expedicionarios. Si bien por una pasarela de hormigón y no por entre el mangle, al menos la sensación de estar ahí. Más allá de los criterios diversos y de las interpretaciones individuales de la historia, es interesante cómo nos cambia la visión de los hechos cuando nos encontramos en el lugar donde de ocurrieron.

Una multa de tránsito, unida a un par de nimiedades, nos retrasaron, por suerte, de subir a Santo Domingo en un microbús cargado, de noche y sin freno de emergencia. Tras un rediseño del itinerario tuvimos que regresar a Bayamo a cargar las pilas. Tanto mejor para mí que no me estaba llevando bien con la cangrejada del almuerzo… Comparto cuarto con Alexis Aguilera, nuestro guía de montaña. Cuarto 412.

10 de julio

07:30. A viaje con rumbo a Bartolomé Masó. En la delegación del MINAGRI, hicimos el trasbordo a un vehículo algo más adecuado: un ómnibus 4X4 diseñado especialmente para montañs. Tras la segunda pendiente nadie dudaba ya que nuestra Toyota no hubiera pasado la prueba. A medida que nos adetrábamos en la Sierra, nos volvíamos más pequeños entre el paisaje. Mi Nikon y yo parecíamos una pulga saltando entre una ventanilla y otra. Al fin, entre las márgenes del Yara, apareció el pueblo de Santo Domingo. Nos esperaban los muchachos del Parque Nacional Turquino. Recibimiento afectuoso, merienda a base de frutas de la sierra, y de nuevo a nuestra guagua-jeep, cuesta arriba hasta Altos del Naranjo, a 950m. de altura.

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De Altos del Naranjo parten dos senderos. Tomamos el de la derecha, rumbo a la Comandancia de la Plata. Tres km de recorrido, y en el centro, la Casa de los Medina, quienes indicaran a Fidel el lugar mejor para construir la comandancia de la guerrilla, y constituyeran luego el Quinteto Rebelde… de seis músicos. Allí el buen café de Ana y ayudar a recoger los frijoles que se  estaban secando al sol, porque viene tormenta.  Al camino de nuevo, y justo en el momento de llegar a la Posta 1 rompe el temporal.  La lluvia  fuera y dentro, en el museo de la Comandancia, el guía nos cuenta a media luz, la historia. Escampa y seguimos el recorrido por los escalones de tronco construidos por Celia. Viene la cocina, que fuera la primera comandancia, luego, la Casa de Fidel, construida más tarde, allí almacén y Administración, más allá el pelotón de las Marianas, el “albergue de las niñas”. Y así hasta el final. Celia si no era arquitecta, sabía, porque más de una casa de madera huele a Arquitectura Orgánica. Y era grande la Comandancia y entre los árboles que hoy no están, nunca fue descubierta por la aviación de Batista. Volvemos a los Medina y al buen café de la sierra que sirve Ana. En Altos del Naranjo tomamos la segunda ruta: el camino viejo del Turquino, y yo subo por la libre el Pico Mella para incorporarme al grupo, contento y sudoroso, media hora más tarde a hacer descanso y noche en  la comunidad de La Platica.

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Alexis, nuestro guía, está de cumpleaños. A su salud brindamos, habla Aldo en su honor y nos sentamos a la mesa a almorzar. Luego el descanso. Aldo, Ulises, Alexis y Yhosvany juegan dominó. A Lester no le ha ido bien en la mesa y ahora se ha apartado a leer. De la cocina salen los primeros olores de la cena que prepara El Chino, y Pito me pone a cargar las baterías de la cámara. Yo converso con Jonas mientras hago mi trabajo de registrar lo que nadie es capaz de ver hoy en medio de la vorágine, pero un día traerá buenos recuerdos. Desde la terraza de madera pregunto al técnico de Flora y Fauna sobre las montañas que se disputan el horizonte. La más próxima es la Comandancia donde estuvimos por la mañana. El Pico es Radio Rebelde, lugar que ocupara la emisora en su nacimiento, y que no visitamos por causa de la lluvia. Más allá le sigue Altos de Mompié. Al fondo, Minas del Frío. Todos nombres familiares de los libros de historia que ahora toman forma ante los ojos de quien no ha visto montañas mayores. Ya comenzamos a sentir las lomas en la medida humana, y no la del automóvil o el mulo. Pero la peor caminata no fue la de hoy. Para colmo, alguien nos mintió con los aseguramientos y aquí no hay con qué taparse. Yo lo intento con un nylon que traigo por si llueve, pero una hora después despierto empapado en el agua de mi propio vapor. Hay que joderse. La noche está estrellada y tiritan azules los astros, a lo lejos. Aunque desde aquí no se vean tan distantes. El frío es aguantable. De madrugada Jonas, desacostumbrado a la litera, se nos cae del segundo piso. Lesión en el labio, un incisivo partido, y un ataque de nervios de veinte minutos. Mañana, Jonas se crecerá en la marcha.

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11 de Julio

Salimos de La Platica sobre las 07:30. Quiero aprender a andar por lomas y torturo a Alexis con preguntas. Y me dice que mientras se marcha se toma poca agua, no solo para ahorrar, sino también para no descompensar al cuerpo que se va habituando al régimen de trabajo. Antes de subir se debe tomar un descanso y en la bajada hay que dejar que las piernas se flexionen tras el impacto por el bien de las rodillas. El primer tramo es de 300mts loma arriba y la pendiente intensa. Es el peor porque se arranca de cero y se va calentando el cuerpo sobre la marcha. Lo bueno es que a su término, ya uno siente que puede llegar a cualquier sitio con el impulso y a esa hora lo que cuesta es detenerse. Las pausas no deben exceder de 10 minutos so pena de que el organismo vuelva a disminuir su ritmo de funcionamiento. En medio de mi paso acelerado, recibí mi propia herida de guerra: el tibisí, un bejuco fino y cortante me alcanza en el cuello, ardiendo por el resto del día. A lo lejos el Turquino, usualmente cubierto de nubes, se nos muestra sin telón, como esperándonos. Imponente ante nosotros, da la sensación de ser inalcanzable. “¡Na, mentira, si somos machos grandes y fuertes!” gritamos, mientras lo miramos de reojo y nos decimos bajito “…pal carajo”. Vamos casi siempre a la sombra, cuidándonos del tibisí. A lo lejos un ruiseñor canta y parece un teléfono móvil.

El camino del Turquino por Granma es de unos 13 km por caminos de montaña. En el 8 está la Aguada de Joaquín, un campamento habilitado para pernoctar donde llegamos Yhosvany, Jonas y yo como escuadra de vanguardia sobre las 11:30. Luego llegará Ulises, y picando sobra las 13:00, Lester, ayudado por El Mellizo. Lester no se ve bien, pero en cambio marcha con una voluntad admirable. Descasa media hora y decide que sigamos. Y ahora viene lo que Alexis llama “La Vela” una pendiente empinadísima por donde ya el mulo no pasa, que comienza en el campamento y termina 700mts más arriba. El guía sube en 15 minutos. Yo en 25 y me sorprenden con que hice un excelente tiempo. Otros demorarán 40. Tras una pausa seguimos. Yhosvany toma la delantera. Jonas y Yo nos acompañamos por tramos. Y ahora sí la Sierra es imponente. Por encima de uno solo queda el Turquino que es inmenso en medio de lo inmenso. Uno se siente pequeño, casi nulo, entre tanta majestuosidad. Por doquier son las montañas, y los barrancos que mueren al caer en lo que se adivina el curso de un río, escondido por el verdor infinito y casi monocromático, del bosque impenetrable.

El camino de montaña se construye largo, pero seguro. Las laderas son demasiado inestables y hay que tomar el camino firme hasta la cima, y así se va, sin riesgo, de cumbre en cumbre. Un cartel invita al descanso, al pie del Turquino. Última vuelta y uno acumula fuerzas, toma un sorbo de agua que calienta en la boca antes de tragar, y a viaje. Y se va mirando lo que se pisa, porque el suelo resbala.  La humedad es tanta que todo está mojado por igual: la vegetación, la ropa, los equipos. Y uno mismo, que no sabe bien si va empapado más en vapor de agua que en sudor De repente se levanta la vista  y la vegetación ha cambiado. Un bosque de helechos arborescentes es el paisaje junto al camino, y es bello.  El lente de la cámara está húmedo y la agitación conspira contra el pulso para hacer una instantánea con poca luz. Las fotos son un desastre, pero al menos son una invitación para venir a sentir esto, que siempre es mejor que verlo en fotos.

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Luego, y a algunos metros de la cumbre, la próxima sorpresa es la roca grande que sobresale entre los helechos a modo de terraza. Hace mucho el paisaje se había perdido entre la vegetación que nos cubre, y ahora este balcón natural es la última oportunidad de contemplar la inmensidad de la Sierra y de una parte del oriente de Cuba. La vista empieza donde se quedó: Acá las montañas bañadas por las nubes, y luego acaban los picos y comienza la Llanura del Cauto. Al centro, el embalse de Paso Malo y sigue el llano  más allá hasta casi el horizonte, que no es más que la costa del Golfo de Guacanayabo. Lo más bello de todo no es la geografía, ni la vegetación, ni la foto para el recuerdo. Lo realmente hermoso es la sensación de pequeñez en que uno se descubre ante tanta inmensidad. Ésta es la tierra más hermosa. Que no se cambia por ninguna.

    Son casi las cuatro de la tarde. El cuerpo se ha adaptado a la marcha desde horas tempranas. Hace mucho dejamos de preguntar cuánto falta y nos concentramos en la marcha en sí. Como en la vida misma, en el momento en que  ya uno no espera nada, la pendiente disminuye, la vegetación se abre en un claro, y el camino se ensancha.  En medio de la nube que nos envuelve, uno comienza a distinguir el perfil del mejor cubano de todos los tiempos. Hemos llegado. Gilma Madera lo fundió hermoso, para situarlo donde debe estar para siempre: por encima de todo y de todos. Para que no haya nada en Cuba que esté por encima de José Martí. Reza el pedestal “Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sentir con entrañas de nación, o de humanidad”. Lloro, a los pies del Maestro, como lo hiciera aquél viajero ante la estatua de Bolívar.

Luego viene el descenso, aunque uno se quiera quedar con El Apóstol un rato más. Me despido y salimos camino abajo. La vida me da la oportunidad de una especie de postdata. Lester está llegando, ayudado por El Mellizo y por una voluntad enorme. Nos cubre una nube y el termómetro marca 13ºC. Saludo una vez más y me voy pendiente abajo, sin que nadie haya quedado fuera de la foto. Ahora hay que apurarse, porque anochece pronto.  Y ahí vamos  Alexis , Jonas y yo, a reventar caballos, y en dos horas, y tres minutos hacemos el camino de regreso hasta la Aguada de Joaquín.  Y es buena el agua, y sabrosa la comida que prepara El Chino. Más aún porque  no hemos almorzado y llevamos el día a base de frutas. Un rato más tarde aparece [lo que queda de] Lester, para nuestra tranquilidad. Y a la cama me voy sin más escalas. El cansancio es mayor que el frío. Dormimos bien.

12 de Julio

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Un amanecer de julio en la Aguada de Joaquín, parece un febrero en la Habana. Desayunamos café con leche y frutas. No pudo ser mejor. Por el estado de Lester, se mandó a buscar la arria de mulos. Yhosvany se niega a montar y me cede su cabalgadura, bajo protesta mía. Al final subo y luego vendrán 18 Km cuesta abajo, sobre el lomo de Pisaflores. Comeflores debería llamarse, porque dondequiera se detiene a comer. La mañana avanza y hace calor. Cada vez cruzamos ríos más caudalosos, y al fin alguien pregunta dónde está la poceta más próxima. Sobre las aguas del Yara nos lanzamos, sofocados y alegres como niños, y ojalá el tiempo se detuviera para no marcharnos. Pasado el mediodía llegamos a Santo Domingo. Luego, la liturgia de las despedidas, y la carretera. De la montaña al llano, del el ómnibus 4X4 a la Toyota, y de Oriente a La Habana, con el cansancio bueno del viaje emocionante y bello, vivido y sentido por todo lo alto.

La Habana. Agosto del 2009