Palabras de inauguración de la exhibición “Hombres de Cocodrilos” en la Fábrica de Arte Cubano

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Buenas tardes:

Agradecer, de antemano a Fábrica de Arte por la invitación, especialmente a Adelina, y a Iro, y al equipo de diseño que montó la exhibición con una celeridad pasmosa. A Liván, Francisco, Michel, Ussiel, equipo del documental “Hombres de Cocodrilos” que complementa la presente serie. A mis Maestros, Livio Delgado y Bill Gentile; el primero me enseñó a disparar por debajo de la línea de la mirada del sujeto para dignificarlo; del segundo aprendí el poder del Retrato Ambiental. (La serie es sencillamente la yuxtaposición de ambos recursos.) A Ariana Landaburo, Alan Morgado, Jorge Herrero, y Mario Leclere, cuyas inestimables contribuciones le dieron forma a la idea primigenia. A Orlando Untoria y “T.Reparo”, porque mis herramientas de trabajo siempre están listas, y por tomarme más en serio de lo que me tomo yo mismo. A “Progreso Semanal”, revista digital con la cual concordaba incluso antes de conocer que existía. A mis padres, por su apoyo de siempre; a mi hermana Grettel, con quien por fin comparto una inauguración. A Rachel, mi amiga, mi compañera, mi Sol; la que aún se arriesga cada noche a amanecer conmigo cada mañana.

La Gente de Cocodrilos no son campesinos: son cenagueros; que ni es lo mismo, ni es igual.

Cocodrilos está a 250 Km de nosotros, y a años luz de las necesidades que nos impone nuestra vida citadina. Necesidades que parecen caprichos cuando uno experimenta durante unas pocas jornadas una realidad donde otros transcurren vidas enteras.

En la ciénaga las cosas funcionan diferente. Adentrarse en ella es como encarnar al personaje de “Los Pasos Perdidos” quien, mientras navega río arriba, remonta en sentido inverso la historia de la civilización humana. La lógica es distinta, el reloj da la hora, pero no marca el tiempo, la metodología de gabinete se queda sin argumentos para explicar la complejidad del acontecer. Uno solo comienza a tener una conciencia vaga, cuando se ha internado en la ciénaga a capturar búfalos con Tito o a pescar con Tania; cuando ha visto un tiburón enorme bajo el bote de Julito; cuando Roberto Dita introduce el brazo en el agua fangosa y saca una jicotea; cuando se intenta caminar descalzo sobre el arrecife como Rigoberto Campos; cuando se acerca José Carlos a toda carrera porque al fin tiene con quien jugar, o cuando Ramiro habla de una serpiente de un kilómetro de largo de una forma tan convincente que uno se sorprende pensando “eso es mentira, pero es verdad”. Bolo no se muda para Playa Girón por mucha casa de placa que le den. Allá le sirven de poco sus muchas habilidades para la supervivencia. “No siempre lo más moderno es lo mejor”, dice después de haber retirado la teja del techo del bohío y cobijarlo nuevamente con guano para hacerlo más fresco. Dice Bolo que la Habana está en el fin del mundo, y es ahí cuando uno debe tragarse su propia arrogancia al no haberse percatado de que lo que entiende por “el fin de mundo”… es el principio del mundo para otros.

Si algo que enseñan los viajes, más allá del sitio a donde sean, es que los lugares no son solo el paisaje, sino la gente. Sobre todo, la gente. Siendo así, bienvenidos pues, a Cocodrilos.

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