“For the records.” (o “Evocando a Yanay en dos secuencias, en su cumple veintisiempre.”)

EXTERIOR. DIA. Café “Venezuela” en Miramar. Dic 2012.
Livio y Kako charlan en la línea.
Entra Yanay a recoger una orden de sandwiches. Se sorprenden por la coincidencia y se saludan con afecto.

Y: Me tengo que ir rápido que estoy haciendo producción.
L: ¿Con el tronco de cámara que tú eres estás haciendo producción?
Y: -Hay que hacer de todo.
Yanay se monta en una camioneta y se marcha sin dejar de mirarlos y sonreír.
L: Qué chiquita tan grande. Mira que yo la quiero.

EXTERIOR. NOCHE. Food truck de comida venezolana en Tampa. Dic 2023.
Kako toma fotos en una asignación para DOORDASH. Luis, el dueño, se acerca con cachapas para las fotos.

L: ¿Cómo es eso de que tienes que ir a Caracas? ¿A buscar qué?
K: A subir al Ávila. Alguien que me quiso mucho y me tuvo mucha fe cuando ni yo mismo me la tenía subió y pensó en mí. Y me hizo prometerle qué yo haría lo mismo a cambio.
L: Ah pana, seguro que esa fue una novia que te dejó y se fue.
K: Fue más que eso, broder. Fue… mucho. Y sí, se fue, pero al lugar de donde no se regresa.

Pausa. Silencio incómodo.

L: ¿Y qué fue lo que me dijiste que hacías en Hollywood?
K: Producción.
L: Pero tú eres fotógrafo.

Kako mira al cielo por un instante y sonríe.

K: Hay que hacer de todo.

Alla, mi ángel. (O “Aquella larga noche”)

Mi socio:

Hoy hacen 4 años que te marchaste del mundo. Los mismos casi cuatro años que hacen que me fui de Cuba después de besar tus cenizas como si te besara en la frente, días después de esa última noche tuya de la que hoy hacen cuatro años. Ahora es madrugada también y yo miro el edificio contiguo recortado por el marco de la puerta del patio tal y como veía aquella vez el pabellón de enfrente del Hospital de la Covadonga iluminado por la luna a través del rectángulo de la puerta del pasillo exterior. Fue durante la última vez que te dormiste, con tu mente agotada por luchar contra tu cuerpo que se resistía a morir muy a pesar tuyo. Y a pesar de mí, también, porque ambos ya queríamos que hicieras el tránsito de una puñetera vez. Porque ya habíamos aceptado que no había arreglo, que ésta vez sí te ibas y no querías seguir dándonte y dándonos más noches de agonía. Tú estabas agotado de luchar contra el dolor, pero más que nada contra la vergüenza de aceptarte viejo, sin fuerzas, jodido y sentenciado, tras una vida entera tan saludable, fuerte y activo. Y joder si lo eras, que por más que se rindiera tu mente no se rendía tu cuerpo, aferrado tercamente a la próxima bocanada de aire, a otra cucharada de sopa, a una mañana más. Esas noches fueron la evidencia de cuán fuerte puede llegar a ser el cuerpo humano cuando se resiste a morir.

Unos meses más tarde, ya fuera de Cuba, se me juntaron una amigdalitis y una infección en los riñones. Yo estaba solo, sin medicinas, y sin saber qué hacer, a quien llamar o a donde ir. Me desperté como a las tres de la mañana en un colchón de aire ponchado y yo entripado en sudor por una fiebre que apenas me permitía moverme de los temblores. Una parte de mi mente pensó en lo peor. Más que pensar, lo aceptó tácita y silenciosamente. En ese momento sentí como nunca antes lo que eran el desamparo, la vulnerabilidad, y la idea de que hasta Dios lo ha abandonado a uno.

Fue entonces que volteé la cabeza y te vi. Estabas sentado en aquel sofá. Tu figura estaba recortada por la luna en los cristales. Eras tú, definitivamente: el perfil de tu cabeza, tu nariz, tu pelo, tenías puesta la camisa blanca de cuadros, el pantalón marrón, los mocasines, el Seiko que miraste un par de veces. No te acercaste. En realidad ni siquiera me miraste nunca. Apenas estabas ahí sentado tranquilo. A buscarme no venías entonces, sino acaso a dejarme saber que estabas ahí para mí, como cuando me cuidabas las fiebres de niño. Saqué fuerzas de no sé ni donde, y en medio de la madrugada y del delirio me cambié el pulóver y las sábanas sudados. Los temblores casi me paralizaban y a la luz de una linterna inquieta como una luciérnaga le encontré el escape de aire al colchón para ponerle un parche. Nunca sabré cuán grave estuve clínicamente hablando, pero de veras creí que Eduardo y Gaby iban a regresar de Brasil y me iban a encontrar muerto de una sepsis.

Esa noche fue el recordatorio de cuán frágil puede llegar a ser el cuerpo humano, que lo mismo se resiste por más tiempo del previsto, o bien se detiene frente al umbral de un momento a otro y sin avisar. Por eso, esa noche me hice la promesa de que si veía la luz del día siguiente no iba a perder chance de decirle a todo a quien quisiera, que lo quería. No fuera que esa persona o yo mismo no llegáramos a ver la luz de la mañana siguiente y alguien se quedara con cosas por decir. Y amar, viejo. Amar como si no hubiera un mañana. Porque un día es verdad que no hay mañana. Porque cualquier noche puede ser la última.

Entonces sucedió el milagro. Bueno, no fue un milagro al 100%, sino al 50, porque el otro 50 lo puse yo mismo. Mientras buscaba alguna otra cosa en la maleta aparecieron unos antibióticos que me había puesto mami a última hora hacía dos o tres viajes atrás – “la doctora Odalys” le decías molesto por cosas como éstas, y mira-. Por otra parte, no sé qué epifanía me bajó o qué canal sintonicé, que me dio por agarrar aplicadores y metérmelos yo mismo en la garganta mojados con “listerine” (enjuague bucal antiséptico) para restregarme las placas. Así, a lo bestia, a lo Di Caprio cosiéndose él mismo las heridas en la película del oso. A los dos días cuando regresaron Eduardo y Gaby ya lo peor había pasado.

La luz de la mañana siguiente apareció en esa ventana, por supuesto. Pero en realidad la luz fuiste tú. Hasta después de haberte marchado estuviste ahí para cuidarme. No sé qué coño hubiera pasado conmigo de no haberte aparecido tu en medio de aquella noche tan larga.

Mi Abuelo Alla. Mi socio. Mi ángel.

Te quiero, viejo, dondequiera que estés.

"Ay, Tío!" (O "El hombre que siempre estuvo ahí")

Me sirvo un whisky para conjurar la memoria y las palabras. Hace meses que no bebía algo fuerte. Esta botella la compré para no sacrificar otra con la que llevo año y medio en la maleta mientras doy tumbos por el mundo. La que me regalaron por mis 37 y que yo llevaba como ofrenda a casa del Flaco la próxima vez, fuera cuando fuera esa próxima vez. Porque habrá una próxima vez en casa del Flaco. Quien no va a estar será el Flaco, porque ayer se le gastó el corazón de tanto usarlo.

No se suponía que fuera así. Ellos debían haber caído como Aquiles, jóvenes y hermosos, cuando un misil HARM les volara la Estación de Conducción de cohetes antiaéreos donde dirigían el Volga o el Pechora que derribaría a su vez al Phantom o al Prowler que les habría disparado el HARM. Así, estilo duelo de western, o más bien de las películas soviéticas con las que crecieron: me jodiste, pero te jodí. Honor y Gloria. “Slava” y pasa los créditos con acordeón y balalaika. конец.

Pero no. Los dioses tenían otros planes y desviaron las balas y misiles que venían a por ellos como lo hacían en Troya con las flechas y las lanzas. Pasaron los años y el chance de la muerte homérica. Volvieron a casa. Se casaron y se divorciaron, y se volvieron a casar. Criaron hijos y nietos, trabajaron de 8:00 a 5:00 (a veces desde más temprano hasta más tarde), y siguieron yendo a donde los mandaban con la convicción de que ahí es donde eran más útiles. Al Flaco lo alcanzó finalmente la flecha de Apolo mientras estaba de guardia un sábado en su oficina (acaso su Estación de Conducción de éstos tiempos). Un rato ántes había tenido una charla trivial con su hija Graciela por más de una hora, y la mañana siguiente él iba a llevar a mi hermana y mi sobrina a hacerse una radiografía. Según Graciela no se sentía mal. O en todo caso no lo dijo. De haber sido así, probablemente haya pensado que aquella molestia en el brazo izquierdo se debía a una mala postura o que el dolor en el pecho era un gas atorado. Morirse ellos, que a tantas posibles muertes habrían sobrevivido. “Nah, yo no soy viejo ná, esto se me pasa en un rato”.

En el resto-de-la-vida que les acabara siendo un spin-off de aquella peli soviética, pasaron del heroísmo episódico al heroísmo cotidiano de ser íntegros, consecuentes, responsables. El de ejercitar una y otra vez la virtud de saber estar. Tio Bisbé le decía a mi hermana hace justo unos días que él tenía el privilegio de haber estado junto a mi padre los días en que nació su primer hijo y su primera nieta. “Privilegio” dijo, porque así de importante le era estar presente para compartir los momentos trascendentales de las personas que amaba.

Hace cuatro décadas atrás el convoy que transportaba su grupo de cohetes hacia el Frente Sur de Angola cayó en una emboscada de la UNITA. Tiraron, y tiró. Tal vez, mató, no lo sé, ni él mismo sabía. Él salió ileso, pero le mataron a un soldado. Un muchachito de Holguín cuya dirección rastreó, y no paró hasta que años más tarde se las agenció para ir visitar a la mamá del chico, una señora muy humilde que vivía en una casa muy humilde en un pueblito muy humilde ubicado donde diablo dio las tres voces. Y hasta allá fue el Flaco Bisbé a pedirle perdón por no haber cuidado bien de su hijo. Así de sencillo y así de grande.

Hoy repaso la película de mi vida y descubro a Tío Bisbé en más secuencias de las que esperaba. El Flaco estaba ahí incluso antes que yo mismo.

– La foto de Bisbé y papi con 14 o 15 años, en la boca de una cueva cuando eran miembros de un grupo de espeleología.

– El cuento de que dormía a Las Niñas (Cristina, Susana y Patricia, sus tres primeras hijas) cantándoles a Silvio porque su repertorio de temas infantiles iba de escaso a nulo.

– La leyenda que la tarde en que yo nací y era noche en el sur de Angola. El Flaco y mi padre estaban asignados en la misma unidad de combate. Papi quería un varón, mientras Bisbé, por llevarle la contraria apostó por una hembra. La apuesta era una botella de ron. Esa noche El Flaco estaba de guardia en el puesto de mando cuando radiaron la noticia, corrió a buscar a mi padre y decirle que “la niña” había nacido. Así que fue a papi a quien le tocó abrir su botella. El Flaco aguardó hasta acabar la primera para sacar la suya con una sonrisa y un guiño “era jodiendo Juanca. Es varón”. Y ahí mismo se bajaron la segunda. (si me está fallando la memoria y esta historia no es exactamente así, por favor, NO me la corrijan, que se non è vero, è ben trovato)

– De vuelta a la Unión Soviética para la maestría, el Flaco se aparecía en nuestro apartamento los domingos a comer (creo recordar que la cocina tampoco era de sus mayores virtudes). “Esto es para la mamá -decía- esto es para el nené y esto es para el papá” y repartía en ese orden una tableta de chocolate, una barrita, y una botella de vodka. Luego le tocaba mediar en los conflictos entre una madre debutante y un niño temperamental que se sentía protegido de los regaños de su madre mientras Tio Bisbé estuviera presente. Mamá (joven, primeriza, país lejano de clima e idioma extraños) se enojaba siempre. Papá, a veces. Tío – pausado, ecuánime, incombustible, como en un perenne estado zen- no se inmutaba ni ante la alarma de un ataque nuclear.

Un día me hirieron levemente con las estrellas de las charreteras mientras me tenían cargado. Mi madre fue a por alcohol y corrí a refugiarme en El Flaco. Yo, en fuga me escurría de ella así que fue él quien me aplicó el algodón de imprevisto. salté del ardor y la sorpresa “¡AY, TÍO!”. Me contaba luego que jamás se le desdibujó mi mirada acusadora de niño traicionado por la última persona que le haría daño en éste mundo.

– La foto de los tres, en la Plaza Roja, el Flaco y papi con pelo, y yo con un disfraz de cosmonauta. 1ro de mayo -creo- del ´86.

– Años de bodas, hospitales, quinces y cumpleaños, nochebuenas y nocheviejas, funerales. Nunca un “no”, siempre un “sí”. En las verdes y las maduras. Salir de mi cuarto un domingo y ahí los dos, el “Flaco” y “Juanca” con la charla y los alcoholes, como siempre.

– El sábado que crucé el puente Almendares en la mañana y lo vi en el parque, empujando el columpio de su hijo Jochito. Esto es irrelevante hasta tanto no vengo de regreso medio día más tarde y lo vuelvo a ver en el mismo parque… aún, empujando el columpio de su hijo Jochito.

– Los insultos de humor negro en escalada que intercambiaban él y Graciela, ella con 16 años y él en sus cincuenta, que los hacía ver desde afuera como si ambos tuvieran trece.

– Los círculos de amigos, en su casa, que con el tiempo ya se venían convirtiendo en círculos de abuelos. La selecta hermandad templaria, y templada por los años a la que me dejaron entrar tácitamente como los mosqueteros al joven D´Artagnan; y donde yo prefería pasar las noches de sábado en mi adolescencia en lugar de irme de fiesta con los amigos de la secundaria. Los alcoholes, desde los más peleones hasta los más refinados que conocí a través de ellos, las historias (con minúscula), la Historia (con mayúscula), la cheklist de tres puntos que debía cumplir una novia para ser novia -y que me reservo-. Las notas que tomé para la vida, en fin. Aprender de ellos por ósmosis a ser el amigo que creo ser de mis amigos.

DSCF5726

– Verlo hablar en la televisión donde la gente suele atemperarse, y él con el mismo tono de siempre. Marcando cada palabra con la seguridad de quien tiene el párrafo entero en la cabeza desde antes de empezar a hablar. Su estilo fingidamente sarcástico, burlón y hasta intimidante, enfatizando a veces el final de la oración. El Flaco era el tipo que si no lo tenía todo pensado y bajo control, al menos lo aparentaba bien y además lo proyectaba como el solo sabía hacerlo. A veces se me antoja que su comportamiento en público tal y como se esperaría, era una parte suya que se mofaba en secreto de la maldita circunstancia histórico-geográfica que le impidió ser el hippie que hubiera querido ser.

– “Un abrazo fuerte” fue su mensaje que recibí aquel 28 de septiembre de 2018. Fue por él por quien supe que había muerto mi abuelo. “Un abrazo, fuerte” le escribí ayer a Sissi y a Graciela. Solo agregué una coma.

– Los cumpleaños que nunca nos pasábamos por alto. Los lugares y las cosas que iba encontrando por el mundo -la silla de su abuelo en un hemiciclo del Capitolio de la Habana, un café en Barcelona nombrado con su apellido-, que me recordaban a él y siempre le dejaba saber. El Flaco, además de ser amigo de mi padre, también lo era mío a éste punto, compartiendo ya rituales propios. Los últimos chats, en los que me pedía consejo para comprarse una cámara y yo siempre le sugería el mismo modelo. Él siempre se despedía con un “cuídate mucho”. A este nivel las palabras, tanto las dichas como las que no, importan.

-Dice mi hermana que hace unos días descubrió que él tenia una foto mía impresa en su oficina. La tenía frente a su escritorio porque lo relajaba. Es justo la misma que tengo frente a mi cama y es lo primero que veo al despertar. Hay rituales tan secretos que a veces ni los participantes lo saben.

1041

—-

Voy por el último trago. He reído mucho y llorado aún más. Porque si no bebes, y te ríes y lloras mientras escribes sobre el Flaco Bisbé lo que estás escribiendo es una mierda. Uno aprendió a ser hombre y amigo porque la devoción y la lealtad estuvieron ahí perennemente, religiosamente, tangible y factualmente alrededor de uno, día por día, abrazo por abrazo del Flaco Bisbé, a quien ayer se le gastó el corazón de tanto usarlo.

Ahora uno se queda a solas con el suyo propio, hecho un trapo al saber que ya no está aquel que siempre estuvo, y que estaba aún más de lo que uno mismo suponía. No está fuera, porque dentro se nos queda, a ver como lo vamos despidiendo poco a poco. Porque no es sino en el corazón -le dije ayer a Graciela- donde uno se despide verdaderamente de las cosas, de los sitios y de las personas que ama.

Tal vez él debió morir joven en un duelo de misiles contra un Phantom. Tal vez yo debería escribir obituarios para una revista del corazón. Pero aquí estamos, en la vida real y no en ninguna película, cargando con nuestros huesos y nuestras decisiones lo mejor que podemos, ahora un poco más solos y tanto más desamparados. Pero celebrando una vida, más que lamentando una muerte.

El gusto es nuestro, Flaco. El privilegio ha sido nuestro.

на здоровье!

¡Caballo, caráj! (O “La última milla del Champagne Supernova”)

Febrero 26, 2021. Algún lugar de la I-75. Florida. “Pushing the limits”

Cae la tarde y yo llevo un buen rato conduciendo en dirección oeste con un sol de frente que esquivo mirando a ambos lados el paisaje de los Everglades. Voy a 60 millas por hora – una velocidad absurdamente lenta para una autopista norteamericana- con la excusa de no apretar el nuevo-carrito-viejo que estoy conociendo. “No lo lleves recio –me advirtió mi amigo Mario al vendérmelo- Eso es un carro intermunicipal, para ir al trabajo y hacer las compras”. Y detrás esa línea me mantuve por casi dos meses …. hasta hoy, que decidí tantear sus límites.

zumapress

-…estoy leyendo un ensayo sobre Moby Dick – me comenta Melián en un clip de voz-. El autor dice justamente que una de las experiencias inherentes a la vida en los Estados Unidos es la de atravesar en solitario grandes distancias.

Reacciono al escucharlo y hasta le respondo a veces como si en realidad lo llevara de pasajero. Ésto sucederá luego tantas veces que hoy en día Carlos Melián no sabe a cuántos lugares me ha acompañado sin moverse de Santiago de Cuba.

Eso de “ir conociendo el carro” es realmente la mitad del pretexto. En realidad también me observo mientras transgredo los límites dentro de los que me he mantenido hasta ahora. Contaba Ryzard Kapuscinski sobre los soldados bisoños que disparaban al aire como si el sonido les matara el miedo a matar. Yo en lugar de disparar acelero, pero despacio. Es mi primer viaje “largo” conduciendo solo, y gracias a mi sobredimensionado cuidado, recorreré en nueve horas las 280 millas entre Miami y Tampa que normalmente no toman más de cuatro. Luego equivocaré la dirección como todo buen novato. El viaje parece largo ahora, pero se hará cortísimo comparado con los que -SPOILER- vendrán luego. Mas eso aún no lo sé esa tarde mientas avanzo con el sol en el rostro. A Tampa llegaré tarde en la noche, y regresaré a Miami en dos días. Llegaremos a casa en una pieza el nuevo-carrito-viejo y yo con una fortalecida confianza en él, pero también en mí mismo.

.

Enero – Junio, 2021. Sur de la Florida.

Siempre tuve sentimientos encontrados con que una de las primeras evidencias de nueva vida que enviaba a Cuba el emigrado fuera una fotografía junto su auto recién comprado. Nunca vi una, pero esa leyenda es sin duda parte del imaginario común de ambas orillas. No es hasta tanto uno mismo quien finalmente pone un pie de este lado que cae en cuenta que en un país tan extenso y distendido un vehículo no es un lujo, sino prácticamente una obligación para tomar el paso de la vida diaria.

Screenshot_20220920_094508_com.instagram.android

Yo llevaba dos años apañándomelas en una bicicleta (algo que desde hace mucho merece otro post). Nunca tuve planes de quedarme por mucho tiempo, aunque al final -pandemia incluida- se terminara extendiendo mi estadía. Pero apareció una novia … y con la novia, la familia de la novia … y con ellos las dinámicas sociales que me sacaban a empujones de mi cueva de ermitaño ecosustentable para integrarme al estilo de vida de una ciudad tan automotriz como Miami. Durante dos meses destiné cada centavo a juntar para un auto, y tan enfocado estaba en ello como solución a los primeros roces de la nueva relación que perdí la visión periférica del resto de las cosas. Tal vez por eso me tomara tan de sorpresa el mensaje de la chica que recibí apenas horas antes de cerrar la compra. “Ven a mi casa. Tenemos que hablar”.

Ella esperaba de mí alguien que solo existía en su narrativa propia y que cada día se le hacía más distante de quien yo era en realidad. Yo hacía cuanto podía por tomar el paso de la vida “normal” aunque más tarde cayera en cuenta que solo intentaba parecerme a ese héroe de la historia suya. El auto no era solo el objeto en sí, sino también el manifiesto de mi voluntad de persistir en ella. Pero siendo yo tan Ulises y ella tan princesa de Disney, era de esperar que las narrativas colisionaran más temprano que tarde. Las grandes desilusiones solo pueden ser hijas de grandes ilusiones, y “Los puentes de Madison” en la vida real no pueden tener más final que el que tienen en la ficción, por más que nos empeñemos en cambiarlo.

Una semana más tarde ya no estaban ni la novia, ni su familia, ni las problemáticas que solucionaría el auto. Yo volvía a ser el ermitaño de hacía tres meses, pero ni tan “eco” ni tan “sustentable”. En el carporch había ahora un auto goteando aceite y una póliza de seguros sumada a mis gastos mensuales. Decidí entonces reorganizar mis finanzas de tal forma que mi salario pagara la renta y el auto cubriera sus propios costos. En vistas a que su antigüedad y sus dos puertas lo ponían fuera de concurso para Uber, tanteé entonces la entrega de comida.

Postmates me aceptó el primero y ahí me quedé hasta su cierre. No solo se convirtió en un ingreso extra, sino también en una suerte de agencia de viajes que todos los días me daba un tour diferente por la ciudad que apenas conocía aunque llevara habitándola un par de años. 840 millas y 200 entregas más tarde cada vez necesitaba menos Google Maps para orientarme en ella. Cuando uno va haciendo su propia cartografía mental -y emocional- del lugar donde vive es cuando puede decir que comienza a tener una verdadera noción de pertenencia y deja de sentirse un visitante.

Screenshot_20220921_104018_com.instagram.android

Sin embargo, en Miami la frustración y el duelo por la relación fracasada ya duraban más tiempo que la relación misma. Distracciones aparte la vida seguía siendo pequeña: trabajar en una compañía de paquetería, alimentarme de lata y microondas, entregar comida durante tres o cuatro horas en las noches, y las escapadas quincenales a visitar a los amigos en Tampa u Orlando. Manejar se convirtió en una terapia para sobrevivirme, y aprender a corregir los desperfectos del carro mientras meditaba sobre mis errores fue también una manera de resolverme.

En cada escapada siempre intentaba explorar rutas diferentes más allá de la monotonía del paisaje floridano. I75, Turnpike, I95, y hasta la litoral A1A transitada a 50 millas por hora con las ventanillas abajo y la escotilla abierta como si no hubiera más que hacer en ésta vida que tomársela con calma. Dicen que la memoria archiva mejor bajo emociones intensas, y probablemente esa sea la razón de que yo conserve recuerdos tan vívidos de aquellas travesías de fin de semana. Se cerraban ciclos, como reencontrarme con Leandro, mi amigo del kínder tras años sin vernos, cruzar finalmente el puente Skyline como me había hecho prometerle su viejo ya difunto, o tener a mi primo Alejandro en el asiento del pasajero donde tantas veces me él llevó él siendo yo niño.

ZUMA Contract Photographer

En sentido general mi 2021 fue de cerrar círculos tanto geográficos como sentimentales. De completar historias pendientes o sencillamente aceptar el no-final de otras que más que completarse se habían desvanecido. Durante su primera mitad del año los pasos eran cortos pero firmes, y los días eran largos y sin embargo intensos. Puedo decir a toro pasado que hasta discretamente gloriosos. Al final de cada travesía siempre habían sonrisas y terapias de abrazos. El auto, ya después de que el padre del Noe me cambiara unas juntas y el alternador, me llevaba y me traía con confianza.

En esos momentos cuando uno siente que la vida parece no ir a ninguna parte, descubrí que ponerme tras el volante y conducir en la noche por una autopista sin mucho tráfico producía una percepción de que “algo” bajo mi “control” “avanzaba” “de alguna forma”. Nunca resolvía un carajo en la concreta, pero al menos “sentir” eso tal vez no curara, pero aliviaba un rato las frustraciones y los desengaños.

Pero sucede también que un día cualquiera la vida se desprende a correr sin previo aviso, como aquel en que recibí la llamada para preguntarme si estaba dispuesto a irme a trabajar por unas semanas a Los Ángeles. Así pues, pagué mi último mes de renta, metí todo lo que cupo en el auto, y solo dejé fuera una maleta con lo indispensable para irme a California.

.

“Champagne Supernova”

Los cubanos casi siempre bautizan a su primer carro acá, y casi siempre es “Palmiche”. Luego no nombran más ninguno. Al principio quise llamarlo “Millennium Falcon” porque sus proporciones (enormes en comparación de lo que era habitual para mi) y su perfil bajo me recordaban a la nave de Han Solo. Pero Oasis sonó demasiadas veces dentro de él y su color dorado me lo pusieron fácil. “Champagne Supernova”, más allá de ser uno de los temas imprescindibles de la banda de Manchester, fue el soundtrack de una de mis mayores resurrecciones y uno de mis himnos de ahí a la eternidad.

2022_0921_11542500 (1)

La música será en realidad el vínculo más fuerte entre mi auto y yo durante las incontables horas en solitario. “Zero Milestone” y “Kilómetro Cero” -temas en inglés y español, obviamente- que llevaba años compilando para cuendo fuera el caso, y “My (personal) Oasis”, que por alguna razón me activa como un shot de doble expreso. Detrás vendrá “Hamilton” en bucle, cuando Noe y Claudia me contagiaran el fanatismo al musical. Luego “Soundtracks”; una compilación de bandas sonoras que se pone Carlos Enrique en el gym y a mi me acompañó en un viaje no menos épico de Los Angeles a San Francisco lo largo de la costa del Pacífico. De ahí me robaré algunos temas para crear mi propia “Momentum” que escucho como placer culpable de camino a las coberturas de noticias para ponerme en situación como de ir a salvar el mundo. A San Francisco entré con “The Rock” a todo volumen y un año más tarde me subiré durante semanas a la I-10 en Houston con “TopGun Maverick”.

El quid (el mío, cuando menos) para las listas de carretera no es tanto que sean temas movidos, como que activen emociones. Y si además dan por cantar tanto mejor. Solo el Cielo y mi auto saben de los karaokes que he armado a lo largo de las autopistas interestatales.

Screenshot_20220920_095204_com.instagram.android

.

Agosto 2021. “Leaving Miami” (and leaving for good)

-Compadre, lo único que necesito saber es si ésto llega hasta New Jersey.

Dar con Gilberto, mi último mecánico en Miami, fue como encontrar un tesoro. Me gustaba que supiera, pero más me gustaba lo bien que explicaba cada problema y luego brindara soluciones que no me llevaran recio recio con los números. (Recio me van a llevar cuando llegue a los Estados Unidos de verdad y no en ésta esquina sur de la Florida conquistada por habitantes del planeta Cuba.) Lo voy a extrañar al Gilberto.

– Esto llega y vira, compay. Solo vigílale los líquidos. Estos honditas son indestructibles.

Dice esto con su acento holguinero y se voltea hacia su ayudante recién llegado a los Estados Unidos.

– ¡Mira, pipo! ¡Cuando te vayas a comprar tu primer carrito búscate uno como éste, que ya ni los de ahora los fabrican tan duros!

zumapress

En California manejé un Ford Escape 2017 y un Toyota Camry del 2020, pero sentarme tras el volante del viejo Champagne Supernova fue como volver a casa. No obstante, por fuera se sentía como todo lo contrario: seis semanas ausente y ahora percibía una ciudad distinta a donde había vivido en los últimos años. Al segundo día la grúa me remolcó por estar aparcado donde mismo lo había hecho durante meses. Como buena-mala “ex”, Miami me olvidó tan pronto salí por la puerta. Porque habitar una ciudad que no te gusta es como mantener una relación con alguien de quien no se está enamorado. Pueden establecerse reglas de convivencia, comerse la comida que prepara el otro, o tener el sexo que el cuerpo demanda. Pero al final del día la cabeza y el corazón están en otra parte. O cuando menos no ahí. Y durante esas tres noches Miami no perdió chance para recordármelo. Así que un par de abrazos, una última visita al taller, y a modo de postdata llevarme la bendición de mi sensei Bill Gentile que casualmente andaba de visita por Miami Beach.

Screenshot_20220920_093740_com.instagram.android

Rumbo norte por la I95 miré por última vez en el retrovisor los rascacielos de una ciudad que me ha dolido tanto y tantas veces, y que bien caro que me cobró lo que me dio. Repasé fugazmente lo vivido y se me escapó un suspiro, no de nostalgia sino de alivio. De no ser por tanta gente querida que la habita, igual me daría que se hundiera ahora mismo. Si bien no sabía aún donde acabaría ésta travesía, al menos estaba seguro de a donde no quería volver.

-Hasta nunca, 305- susurré, y subí el volumen. Sheryl Crow seguía cantando “Leaving Las Vegas”, sobre la cadencia de los seis cilindros del VTEC que nunca han dejado de sonar limpio y parejo como el de un avión, y que estaba punto de llevarme mucho más lejos de lo que lo había hecho nunca.

Oh, I’m leaving Las Vegas / The lights so bright / On a Saturday night / Leaving Las Vegas / I’m leaving for good / I’m leaving Las Vegas / And I won’t be coming back // No / I loved and lost, I’m most certain // Not this time.

.

Agua, semillas, y leche con café.

Además de la música como compañía, iré también juntando otras mañas. He manejado por 18 horas solamente comiendo maní, semillas de girasol o anacardo y bebiendo agua y café con leche de las botellas de Starbucks en lugar de bebidas energéticas como Red Bull y Monster. Cuando de cualquier forma no son suficientes contra el sueño, música alta, aire acondicionado directamente al rostro y la configuración de asiento más incómoda. “Trastear” los controles, cambiar luces, bajar y subir el volumen o el aire acondicionado. No solo tener pensamientos, sino también acciones que alejen la mente de la monotonía. En el más extremo de los casos he prendido todas las luces de la cabina (el cerebro se activa cuando hay luz alrededor), y funcionó.

zumapress

No suelo llevarlo a más de 70 millas por hora (alguna vez alcancé las 110, pero no es la idea). El consumo óptimo para cualquier auto está entre las 55 y 70 MPH sin exceder las 2400 RPM, -dato importante para estos tiempos de precios de gasolina en alza-. Tony Santamaría, uno de los mejores choferes que he conocido prefería descansar de día y manejar de madrugada y rápido, porque según él cuando uno va despacio el cerebro también, y se adormece. Contrario a la alerta a la que se ve forzado cuando se va a velocidades más altas.

.

Agosto 2021. Morristown, New Jersey. “Las leyendas se hacen”

This is how legends are made.- es todo cuanto atino a decir a modo de saludo, repitiendo la canción que sonaba cuando apagué el auto en Skyline Dr. con las luces de Nueva York en el horizonte. Debo tener cara de corredor de fondo que cruza al fin la línea de meta con el corazón, como Juantorena. Karen me abre la puerta, pasadas las 11 de la noche. Me mira de arriba abajo como chequeando mi integridad física, y estalla en risas al escuchar aquello. Después de dos tiradas (Miami –Wedgefield, FL – Marietta, GA) necesité un día en casa de Mumy y Pedro para reponerme y dejar descansar el caballo antes del tramo más largo de 14 horas. En suma, han sido casi 1600 millas. Hay quien lo hace en una tirada a lo largo de un día, pero a mí francamente me importa un carajo. Ésto no es un concurso y yo no estoy compitiendo con más nadie más que conmigo mismo. Y en ese caso, sí me he ganado y a lo grande.

2022-09-21 (1)

En Morristown me instalaré unos meses. Jorge y Karen me han dado asilo mientras duren mis viajes a España y luego a Rusia. Mientras, trabajaremos en el libro sobre la historia de la familia que cada vez se hace más fascinante y más complejo de organizar. En esa temporada en New Jersey también pasarán cosas además de los viajes. Otras alegrías vendrán, y otras desilusiones. En Morristown tendré que moverme también, porque si bien no tendré gastos de renta o alimentación, habrá otros para los cuales tendré que separar algunas horas del día y nuevamente hacer entregas de comida, ahora con Doordash. También trabajaré tomando fotos culinarias para UberEats. Esas ocupaciones me harán explorar y conocer New Jersey (y como és lógico, apropiarme emocionalmente de ciertos lugares) como mismo sucedió con Miami. En Morristown eché el ancla en verano y luego partiré en invierno, pero en este punto aún no lo sé. No tengo mi vida pensada más allá de ese viaje a España. En realidad, esa noche ni pienso nada: vengo cansado, pero victorioso y feliz por haber llegado lo más lejos que he llegado por mí mismo hasta ese día de mi vida.

20210908431

.

Noviembre 2021. New Jersey “El tío Amaury”

Pongamos que hace un mes he regresado de la península ibérica, con la cabeza llena de esas dopaminas que te desubican el ego. Pongamos que me traje otra gran ilusión que pronto se convertirá en otra gran desilusión y que nuevamente tendré que gestionar mientras conduzco a través de los bosques de New Jersey tal cual lo hice meses atrás por las carreteras del sur de la Florida. Pongamos que mientras estaba en España se dio en la oportunidad de encontrarme con mi familia en Rusia, y de imprevisto tuve que planificar y presupuestar un segundo viaje interoceánico.

Jorge y Karen me han concedido una prórroga a mi asilo hasta mi vuelta, con la condición de que siga trabajando en los diarios del tío Amaury Escalona Almeida, un voluntario cubano de UNRRA, el primer ejército civil creado por las Naciones Unidas para atender a los desplazados por la Segunda Guerra Mundial en el Europa de 1945. Transcribir sus cuadernos es prácticamente otro viaje, pero esta vez en el tiempo y sin moverme de la silla.

IMG-20211214-WA0030

Amaury se vino a Estados Unidos con 35 años para recibir su entrenamiento en Washington DC y dos meses más tarde ya estaba asignado al sur de Alemania a cargo de los servicios médicos de un campamento de desplazados de guerra. Tan pronto le asignaron un auto comenzó a explorar los pueblos y a visitar amigos en las regiones aledañas durante los fines de semana. Amaury detuvo su auto en la noche a orillas del Danubio para escribirle una postal a la luz de una linterna a la chica que dejó en La Habana. Años más tarde, de vuelta del desamor que le provocó perder a aquella chica y de otros tantos malintentos, cansado de no encontrar una compañera a su medida redireccionó su naturaleza idealista y pasional hacia el amor a la familia y los amigos. (Al parecer la suma de tantas lejanías y solitudes lo habían hecho demasiado suyo como para darse a alguien). Todos quienes recuerdan al Tío Amaury lo asocian siempre a un auto que él siempre nombraba “Jesús del Gran Poder” no importaba cual fuera el modelo de turno, siendo él capaz de hacer una travesía Cayo Hueso a Chicago sin detenerse más que a repostar gasolina.

A este punto ya no solo estaba yo sorpendido al ver tantos paralelos conmigo, sino también sospechando que el porvenir no me fuera menos similar al resto de su historia. Porque según recuerda Jorge, Amaury también gestionaba sus frustraciones sentimentales y laborales manejando por la misma North Ave donde tomaba yo el bus todos los días cuando paré durante unos meses no lejos de la casa donde él viviera. No sé si será reencarnación, karma o genética, pero descubrirme viviendo en circuntancias parecidas, tomando acciones motivadas por una voluntad de servir, y evolucionando de maneras similares a las del Tío Amaury hace ocho décadas atrás, me es un deja-vu tan apasionante como aterrador.

.

Enero 2022. New Jersey – Houston. Salto de fe.

20220117

Aquel diciembre en Moscú cerré el último ciclo que tenía pendiente: reencontrarme con mi familia. A este punto todos los empeños de los últimos tres años ya habían encontrado su fin. Hasta ahí llegaba el viaje de Ulises, que no regresaba aún a su isla, pero sí a su gente, y eso me valió como fin de la historia. Ahora solo quedaba ver en qué tierra sembrarme al regreso cuando menos a mediano plazo, para poder recuperar tiempo y acercarme lo más pronto posible a mi sueño de ser corresponsal internacional.

“En Texas pasan cosas.” me aconsejó un amigo que alguna vez trabajó en el Houston Chronicle, y con la misma concertó -al menos de palabra-, una entrevista con fecha indeterminada con la editora gráfica del periódico. Y a falta de un plan mejor y a sabiendas de los sitos a donde no quería regresar, empaqué todo nuevamente en el auto y me despedí de New Jersey con las nieves de enero, poniendo rumbo a un centro sur de los Estados Unidos donde ni había estado nunca, ni tanto menos tenía a nadie más que un amigo que recién había cruzado la frontera. Un salto de fe.

2022-09-21 (2)

Los dioses que me fueron propicios para remontar otras 1600 millas en dos días, me negaron su gracia nomás llegar a Houston. Un separador casi imperceptible en medio de la autopista 69 me hizo reventar ambas gomas de la izquierda, y ahí empezaron los problemas. El ingreso del carro en un taller trajo consigo la dilación del lapso para asentarme y para empezar a reponerme de las deudas que ya se iban juntando. Febrero 2022 es un agujero negro en mi memoria donde no puedo recordar detalles por más que lo intente. Una vez más el Champagne Supernova sacó la cara y tras unos arreglos mínimos para mantenerlo funcionando me llevó cada noche a repartir comida por una ciudad desconocida con él apagándose en baja y manchando de aceite el parqueo del motelucho donde paramos a lo largo de casi un mes en una habitación llena de cucarachas.

Screenshot_20220920_025340_com.instagram.android

La suerte fue encontrar en Craiglist a Nikolas McAlister, que no es un escocés de Glasgow, sino un afroamericano de Atlanta lleno de tatuajes y cicatrices, mecánico móvil que llegó en su pickup y se metió bajo el capó de mi auto en el parqueo de Home Depot. Nikolas McAlister toma clips de video en su teléfono móvil para acceder a las zonas a donde no llega la vista. Luego, con la economía de movimientos y acciones de un cirujano soluciona el problema en minutos. Una semana más tarde y después de algunas órdenes de piezas por EBay, el Champagne Supernova está nuevamente de alta.

IMG_20220130_103930

– Hombre ¿esto acá es así de rudo? Llevo un mes aquí sintiendo que Houston quiere asesinarme.

– Yo llevo años aquí sintiendo lo mismo. Día por día.

– Carajo, pero es muy es cabrón estar al mismo tiempo sin casa sin trabajo, sin carro y sin dinero, lejos de todos los sitios y las personas que conoces, ¿no?

– Siempre puede ser peor: podrías estar en prisión.

-….. okay.

Me quedo mirando el resto de la cirugía en silencio.

.

Marzo, 2022. Hoston, Texas. Las vidas del caminante.

Cuando le cambié la registración a Texas tuve que contratar también una nueva póliza de seguro. Ahí apareció un historial del carro que ya había sido asegurado antes con Progressive, y resulta que su primer dueño lo compró precisamente en Houston, y lo tuvo rodando por 12 años hasta que se lo llevaron a la Florida en 2012 con 187k millas y según aparece también reportado como una anomalía que de repente mostrara 86k. Cuando lo compré en enero 2021 marcaba poco más de 174k. Eso quiere decir que este cabrón debe tener más de 300 000 millas rodadas, de las cuales las últimas 17k han sido solo conmigo forzándolo a viajes interestatales. Éste mulo es un campeón.

Punto aparte es mi convicción de ser su último dueño, aquel que por designios del universo lo ha traído a retirarse justo al sitio donde inició su vida útil en tiempos en los que yo salía de la escuela secundaria. Tal vez no hay tanta casualidad en su aparición en mi vida, y por pura metafísica no fue sino él quien, sabiendo algo que yo aún ni yo sabía, me eligiera a mí para devolverlo después de tanta marcha al lugar donde rodó por vez primera. Al final siempre volvemos al principio.

Screenshot_20220920_093222_com.instagram.android

.

Junio, 2022. Texas. “Ready or not.”

El preestreno de “TopGun: Maverick” ocurrió en la noche del mismo día de masacre de los niños en Uvalde. Me había pasado la tarde conflictuado entre si lanzarme o no a cubrir aquella tragedia. Google Maps mostraba un viaje de casi cinco horas, y más allá del un par de viajes a Galveston, yo no me había querido alejar mucho de la ciudad después del accidente de enero. Incluso le había consultado a Godo Vázquez, reportero gráfico del Chronicle. “Hazlo solo si tienes a quien venderle las fotos”. Anotado pues.

Justo antes de que se apagaran las luces de la sala envié un mensaje a la redacción de Zuma, y metí el teléfono en mi bolsillo sin activarle la vibración. “Top Gun: Maverick”, más que una película fue una experiencia más allá del espectáculo visual. Y su momento pre-clímax fue justamente el punto de giro de mi día, de mi salto de fe, de mi penitencia y de mis tumbos de un lado a otro durante tres años y medio. Hablo de esa escena antes de la batalla final cuando Maverick saca a Rooster de las inseguridades que ha arrastrado durante toda la película con cuatro palabras.

Hey! You got this!

Me lo dijo a mí.

Y como si eso no bastara, saco el teléfono al salir del cine y encuentro la respuesta del editor de guardia en Zuma Press.

GO, CARLOS. GO!

Dos horas más tarde rodaba por la I-10, con rumbo Oeste. Cinco horas de ida y otras tantas de regreso. Y el viejo Honda me llevó y me trajo.

“Cuando no tengas nada que hacer, vete a la frontera por defecto, siempre hay algo” – me había aconsejado Go Nakamura. Joder si había algo: todos los medios cubanoamericanos mencionaban un lugar en común: Eagle Pass. Una explosión de migrantes arribando a la frontera y a mí resonándome las palabras de Nakamura. Algo habrá, me dije, y presupuesté dos noches con mis ahorros. Eagle Pass está a una hora más de carretera, pasando, de hecho, por Uvalde. Vamos, que hasta el camino lo conocemos ya. 700 millas más para el odómetro. Y viejo el Honda me llevó y me trajo.

Una semana más tarde recogía a Carla Colomé en el aeropuerto de Houston. Al saberme ahí en el primer viaje me contactó para hacer equipo para un reportaje de tres días. Y el viejo Honda nos llevó y nos trajo. (¡Y hasta un cameo se ganó en el reportaje!)

… y Mario decía que era un carro intermunicipal.

202206111007

.

Agosto 2022. Houston. El canto del cisne.

Hace días que las cosas no andaban bien con él. Un lunes volábamos por la 45S de camino a una sesión de fotos cuando se encendió el indicador del aceite. Mi carro se desangraba y yo sin saber ubicar la herida viví de diálisis en diálisis a un galón de aceite por semana. McAllister estaba en Dallas, pues allá le iba todo lo bien que no le iba en Houston, y cuando finalmente di con otro mecánico resultó que todo el problema era una rotura en el filtro del aceite. En una hora se resolvió eso, y el cambio de un par de sensores de oxígeno que me habían tenido otro indicador prendido desde el primer día. Por primera vez pude disfrutar mirar la pizarra de mi auto totalmente apagada. Pero la felicidad dura poco en casa del pobre, y el alivio iba a durar apenas un suspiro.

IMG_20220903_102121

“Hermano, cuando puedas chequea la transmisión” fue la despedida del mecánico. O la sentencia. Apenas dos días después empezó dar problemas al cambiar las velocidades.

La transmisión automática es la pieza más compleja de un auto. El coste del arreglo era prácticamente el de otro carro igual de antiguo que por demás yo tendría que seguir arreglando. Eso, sumado a los gastos que ya había tenido a lo largo del año, dividido entre 12 meses equivale cómodamente a la mensualidad de un auto más reciente. “Aquí o pagas letra (mensualidad) o pagas mecánico –me advirtió mi primo Mario Ernesto nomás haber llegado yo-. Pero siempre, siempre, siempre pagas.”

-Si la arreglas con nosotros no vas a tener problemas de transmisión más nunca- insistió Patrick, el mecánico del taller, tal vez como último recurso para seguirme exprimiendo la cartera.

-Sí …de trasmisión. ¿Qué es lo próximo que va a fallar?

– ¿Qué vas a hacer entonces?.

Junk (chatarra). ¿Tienes alguna idea mejor? – Dije ésto con la resignación determinada de quien decide sacrificar a su caballo enfermo con tal de no verlo sufrir más.-¿Me aguanta el viaje de regreso a casa?

– Aguanta eso y tal vez algo más Pero te va a dejar tirado en cualquier momento.

Como los ancianos que por más fuertes y saludables que hayan sido acaban muriendo de fallo multiorgánico cuando su cuerpo se rebela ante tanta muerte pospuesta por los médicos. Como el naufragio inevitable de una pareja que se queda sin fuerzas para sacar el agua y tapar fisuras al unísono en un casco que hace aguas por todas partes. Esa conexión hipersensorial que se establece entre la máquina y el humano que la opera a este punto me hace percibir cada vibración o sonido anómalos de mi Champagne Supernova como una extensión de mi cuerpo, y me indica que mi viejo compañero me está pidiendo el merecido retiro después de darlo todo y más.

Screenshot_20220920_094659_com.instagram.android

.

Septiembre, 2022. Westchase, Houston, Texas. “Time to let go

Sobre mi mesa una nota manuscrita:

No es el carro en sí, sino la conexión que lograste hacer contigo y los círculos que se cerraron gracias a la libertad que te dio para poder moverte a voluntad y llevar a la realidad pensamientos y emociones. Esas acciones, en suma, son también las piezas con las que uno se construye a sí mismo. El Champagne Supernova no es un carro, sino el símbolo los progresos que hiciste durante los mas de 600 días que rodaron la vida juntos.

Pero llegó la hora separarnos, y estoy en paz con ello. El Champagne Supernova se retira con todas las medallas y honores de un héroe de la resistencia. Contrario a aquel golpe de suerte que lo hizo aparecer en respuesta a un arranque de pasión, ésta vez me he tomado el tiempo de tener al menos un margen de elección para el relevo. Un Subaru Forester debe llegarme en una semana tras haber firmado yo un contrato de 72 mensualidades con éste país al que nunca me he quise amarrar demasiado. “Quicksilver” lo he nombrado desde ya por su discreto color plateado, y más le vale al Quicksilver saberse merecer el lugar de quien está reemplazando. Una semana que se hace corta si la tomo como el período de gracia para despedirme del caballo con el que peleé tantas batallas y ahora siento agonizar en cada cambio de marcha. Despedirme en el corazón, que es donde uno se despide de la gente, de los lugares, y de las cosas que ama. El Champagne Supernova dejará de ser el Champagne Supernova tan pronto se me pierda de vista remolcado entre los otros autos de la calzada, y la vida seguirá, ya sin él. Como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

Screenshot_20220920_025624_com.instagram.android

De momento aún está en el parqueo donde me ha traído cada noche más viejo y más cansado yo, que aún sigo en un limbo indeterminado entre el [kilómetro] cero y el infinito. Ahí está con su color dorado que ha resistido a los soles inclementes del sur y a las nieves del norte; sus heridas de guerra y los stickers de la National Press Photographers Asociation, el “FAILURE IS NOT AN OPTION” que nunca dijo en realidad Gene Krantz -pero igual me vale-, y la discreta pero elegante alegoría a su nombre que encontré en ETSY, obra de un artista neoyorquino.

258

Lo miro desde la ventana, y recuerdo aquella noche que lo vi por primera vez en un jardín de West Miami cuando a primera vista me pareció un carro feo y desproporcionado. Hoy, 20k millas y tantas vidas después, no entiendo cómo ese mismo auto ahora me puede parecer tan hermoso. En mis penúltimos días con él lo recorro con la mano antes de abordarlo como mismo hace Pete “Maverick” Mitchell a su Hornet en la peli. A veces, como bien (a)notó Carla, le beso el volante también.

Boys and their toys.

ZUMA Contract Photographer

.

.

.

.

Apuntes para mi autobiografía: “El Desierto” de Jorge Luis Borges

Antes de entrar en el desierto
los soldados bebieron largamente el agua de la cisterna.
Hierocles derramó en la tierra
el agua de su cántaro y dijo:
Si hemos de entrar en el desierto,
ya estoy en el desierto.
Si la sed va a abrasarme,
que ya me abrase.

Ésta es una parábola.
Antes de hundirme en el infierno
los lictores del dios me permitieron que mirara una rosa.
Esa rosa es ahora mi tormento
en el oscuro reino.

A un hombre lo dejó una mujer.
Resolvieron mentir un último encuentro.
El hombre dijo:
Si debo entrar en la soledad
ya estoy solo.
Si la sed va a abrasarme,
que ya me abrase.

Ésta es otra parábola.
Nadie en la tierra
tiene el valor de ser aquel hombre.

Yanay, y su eterno retorno (O “8 años sin ti, contigo”)

FB_IMG_1578891458989

-Se acabó Yanay. – dijo Myriam saliendo de la sala de Cuidados Intensivos y el Tiempo, tras haberse tensado al límite durante aquellos días, finalmente se detuvo. El valor y la entereza que habrá juntado una madre que acaba de perder a su única hija para poder articular esas tres palabras es  algo que sencillamente trasciende cualquier medida humana o divina.

A esas alturas de la tarde, más allá de que supiéramos cómo iba a terminar, aún guardábamos esperanza de que cinematográficamente en el último segundo antes de desconectarla del soporte vital su sistema nervioso emitiera alguna señal. Porque cinematográficamente pensábamos y sentíamos -deformación profesional- los de FAMCA, los del ICRT, los del ICAIC que transitamos juntos por aquel febrero, acaso el más largo de nuestras vidas.

De los días-siglos previos a ese instante jamás olvidaré como Myriam me reconoció al vuelo sin haberme visto nunca antes; la conversación con Mario que selló nuestra hermandad para siempre; el abrazo de Velia, que más que un abrazo era la necesidad de sostenerse de algo firme durante una recaída; el rostro y la mirada de Ana María al recibir la noticia -tan andrógina ella normalmente, cuando no varonil- de repente encarnando toda la delicadeza y la ternura del mundo… A lo largo de aquella tarde gris me daba vueltas y vueltas en la cabeza el final de “Masa”, el poema de Vallejo, cuando todos los hombres de la tierra se juntan y suman todo su amor para darle resurrección a uno solo. Nos miraba a todos, ahí, al pie del cañón, días y noches, sentados en las pocas sillas o a lo largo del contén frente a la UCI del Hospital “Calixto García”. Nunca fuimos pocos. Jamás he visto a tanta gente presente, pendiente de una persona en cama. Porque ese don que tenía Yanay Arauz de aglutinar no se debía a ser linda y buena, sino porque sabía hacer que cada ser humano que tuvo la dicha de conocerla saliera luego a buscar la mejor versión de sí. Ella, en sí misma, era un regalo del Cielo.

-Si un día sintieras -me consoló alguna vez- que gente que te rodea no te alcanza a ver completo o no te quiere en la medida que lo mucho que vales, antes de pensar que eres tú quien está mal, recuerda a las personas extraordinarias que te han querido y las razones por la cuales lo han hecho. Me pregunto si tendría idea de cuántas veces su consejo me ha salvado de la locura (cuando no de la maldita cordura de convertirme en otro ladrillo en el muro). Tanto más cuando la primera persona en quien pienso en esos momentos es ella misma.

Yanay no se acabó esa tarde de febrero del 2012: se quedó a definitivamente en quienes compartimos con ella un trozo de nuestras vidas. Marcharse -ya lo dije antes- acaso fue la más eficaz de todas las formas posibles, de quedársenos a vivir para siempre, en todos y en cada uno.

“Km. 0”, revisited

Ismael Serrano es un cantautor de segunda división. Tiene metáforas imperfectas, rimas forzadas, y puede llegar a ser (muy) cursi. Aún siendo acaso consciente lo anterior, persiste en ser sincero en lo que siente y piensa. Es por eso que a veces -rara y aleatoriamente a veces- los dioses le sonríen, y logra captar y transmitir ciertos estados de ser. O más bien, de sentir.

Y es ahí donde se le hace imprescindible a Kako Escalona, un cronista visual de segunda división, cuyas instantáneas le suelen parecer cutres, ordinarias, vacías de concepto, y deficientes en contenido y forma. Pero …aún consciente de lo anterior, persiste en ser sincero en lo que siente y piensa. … es acaso por eso que a veces -rara y aleatoriamente a veces- los dioses también le sonríen, y logra captar y transmitir ciertos momentos que más allá de lo que pudieran decir el galerista, el documentalista o el diseñador, eso le hace sentir que ese día -al menos ese día- la echó de pinga.

Hace poco más de seis años esta canción e Ismael Serrano le sugirió a Kako el nombre para su blog. Desde aquellos tiempos ingrata e injustamente apenas la había revisitado. Hoy se la trajo de vuelta una inconsciente memoria emotiva. Hay días que se parecen a otros días.

Madrid, deshabitado como mi colchón
El verano en que me hice mayor,
Y ella que ya no llama.
Tanta ciudad y tan poco por hacer,
Gente que sueña su siesta y que
Mira por la ventana.

Gente que miente por un trozo de calor,
Que reza por que pare el ascensor,
Atrapado contigo.
Madres que pierden a sus hijos al nacer,
Buscando entre tus piernas lo que ayer
Han dado por perdido.

Kilómetro Cero,
Respira en el centro de la ciudad
El alma que se pierde al escapar.
Kilómetro Cero,
Comienzo de los días que han de venir,
La lluvia que se derrama por ti.

Bares en los que la calma y la cerveza
Salvan nuestra vida, y mi cabeza
Soñando estar bajo tu ropa.
Promesas que se dicen en la cama,
Luces que se clavan en tu espalda,
Deja que yo te vista ahora.

Bajo unas ruedas mi mala sombra arrojaré,
Quizás así interprete ese papel
En el que soy tu abrigo.
Mujeres que quizás hoy no puedas pagar
Cuestionan con sus labios la verdad
De que aún seguimos vivos.

Kilómetro Cero,
Respira en el centro de la ciudad
El alma que se pierde al escapar.
Kilómetro Cero,
Comienzo de los días que han de venir,
La lluvia que se derrama por ti.

Kilómetro Cero,
Respira en el centro de la ciudad
El alma que se pierde al escapar.
Kilómetro Cero,
Comienzo de los días que vendrán,
La calma que nos trae tu tempestad.

Ulysses Kaneis, a la orilla del año en que se convirtió en un hombre adulto

XE2K6021

Familiares y Amigos:

Esta imagen es una suerte de autorretrato en mi 2019. La silueta que sorprendí por puro azar frente al lago Michigan fui yo durante muchas tardes de meditación. Revisitando a Tomás Sánchez, mi primer referente visual y hasta filosófico: el hombre, diminuto, ante el paisaje, ante la Naturaleza, ante el Universo. Pero ahí, de pie, pequeño, pero ocupando un espacio que le pertenece a sí y a nadie más.

Apenas a unas horas para que termine este 2019, mis palabritas para despedir la ronda, retomando una vez más la fórmula martiana para ir uno por la vida sabiéndose bueno: Amar y Agradecer.

Amar la trama de esta experiencia donde cada segundo ha contado, y más allá de cuál sea el desenlace. Amar lo nuevo que se aprende y lo aprendido que se consolida, para poder enseñarlo luego. Amar las sospechas devenidas en certezas cuando el tiempo les quita lo que les sobraba. Amar saberse en El Camino andando y creciendo. Amarse a uno mismo al descubrirse mejor aún de lo que creía, para saber luego amar más y mejor a los otros. Amar vivir. Amar amar.

Y agradecer. Primero que todo a quienes para mí han hecho sitio bajo su techo y compartido en este tiempo su pan y su vino, Claudia y Noel, Alex y Jorge, Mario y Katia, Jorge y Karen; sofacamas que tuve o tengo, o tendré. A quienes han acompañado y acompañan aún en esta travesía: Carlos Lorenzo y genízaros; los FAMCAeños de la diáspora; Eladio González, Haickell Padrón, señora y cofrades. A quienes siempre estuvieron, aún en la distancia: Anitta, Lamumy, Yanet, Nury, Disamis, Liudmila, Celia, Rebecca, Daniella, Maynolis, Carla (las damas primero); luego el Mae Andrés Obando, Guanche, Mauricio, Daniel, William Gutiérrez, Orlando Untoria. A Alain y Amanda, partners in crime.

Mis fantasmitas, como siempre: Yanay, Alla, Tío Alberto, Alexis.

Mis maestros, como siempre: Livio y Bill.

Mis hermanos de La Luz: Mario, Alan, Mayangdi y mi hijo Luis Pérez. Mis Broders: Etién, Jose Carlos, Oriel. (A Oriel, especialmente esta vez, que si Dios les da las peores batallas a sus mejores soldados el sería General.)

A las espléndidas o cautelosas mujeres que quise o quiero, por el feliz equívoco de haberme elegido. Bienamadas de vuelta de tan inconmensurables maneras (¿de qué otra forma corresponder a semejante privilegio?). Presencias que me han hecho bueno, partidas que me han hecho fuerte.

A Ari y Katia, por Dieguito y Fabi. (Recordadles que la Grandeza y la Fortaleza no son para presumir de ellas, sino para proteger al indefenso y ayudar al débil a encontrar las suyas propias.) A mis abuelas, Magnolias de Acero. A mis padres, abuelos al fin, legalmente hablando más para nada debutantes después de tanto ensayo. A mi hermana, madre (al fin) de esa Isabella ladrona de corazones. La Alegría que dio luz a La Felicidad.

¿Se me olvida alguien? ¡Ah! ¡Sí! ¡Qué cabeza la mía! Así como Time nombra como Persona del Año a Gretta Tumberg, yo tengo también mi propuesta. Más que nadie le debo este año a un tipo ahí llamado Eduardo Saborit que si no tiene el corazón más grande del planeta, es cuando menos quien más y mejor lo ha demostrado en mi puñetera vida. Suyo, y de la pequeña gran Gaby Uratsuka es sin discusión mi 2019 … y cuantas reencarnaciones me toquen en lo adelante. Bien saben lo que digo.

El Amor sigue en brete y el camino a machete. Andando.

Nos vemos por el 2020.

El altar de Vivian Maier.

En la North Ave de Chicago hay un mural inspirado en un autorretrato de Vivian Maier.

Vivian Maier vivió en el siglo XX. Durante 40 años se ganó la vida trabajando como niñera, y en su tiempo libre salía a la calle a hacer las fotos que le gustaba hacer. Nada de tratar de ganarse la vida como profesional de la imagen tratando de sonreír sin deseos, o soportar clientes zoquetes con tal de llegar a fin de mes. Apenas unos meses después de morir sus impresiones y negativos, encontrados en un espacio de almacenamiento cuya renta había expirado, fueron sacados a la luz y fascinaron al mundo. Vivian Maier nunco supo que era una de las fotógrafas urbanas más importantes del siglo XX. Vivió modestamente y en paz consigo misma y con lo que amaba. Debe haber sido feliz, de callada manera.

Hace unos días me preguntaron qué hacía un ayudante de mesero con par de Fujifim colgadas. “This is what I do for living” -dije señalando el restaurant-; “…but this is what I do in the life” -y mi dedo apuntó a las cámaras. Una cosa es lo que uno hace para vivir y otra lo que uno hace en La Vida. Supongo que esa respuesta de ese tipo debió haber sido usual para Vivian Maier.

Como es lógico, es una de las figuras de la fotografía que más me inspira no sólo por su obra, sino por todo cuanto hizo por mantener su inspiración libre. Ésta fachada en North Ave, llegando a Paulina para mí es más que un mural: es un altar. La última visita que hice en Chicago. Después de esto fade a negro y créditos, rematados por un “… continuará”. Uno nunca se va del todo de los lugares que ama.

Checkpoint

Llegaste un día, tirado/empujado por el amor, el despecho, la necesidad, un golpe de suerte, la mera circunstancia. Anduviste y desanduviste espacios de los que te apropiaste íntimamente cuando los eventos fortuitos marcaron tu mapa y tu recuerdo. En esa entrecalle te agarró desprevenido el chaparrón. Por aquella esquina torcías cada madrugada cantando a Santiaguito Feliú. En aquel sitio – tan ajeno hoy como tu novia de la secundaria- dejaste la piel en tu primer empleo. La panadería donde comprabas el pan caliente cada mañana sin saber que el último que compraste fue eso, el último. En ese banco te sentaste aquel sábado a ver caer la tarde pues por extenuado que estuvieras, necesitabas de eso tanto como de una ducha o un colchón. Luego, las personas, y el tiempo que les dedicaste (“horas-gente” le llamo, como también existen las “horas mascota” u “horas planta”). El tiempo acumulado, compartido, con rostros antiguos y nuevos que llegaron para quedarse. Risa. Teamwork. Angustias. Cafés. Confidencias. Esperas. Almuerzo. Discusión. Abrazo. Cerveza. Amor. “El tiempo que dedicaste a tu rosa es lo que hace que ella sea importante para ti.”

Y al final, partir. Otra vez, partir, pensando si no es tan casual que “live” y “leave” se parezcan tanto. Partir, tirado/empujado por el desamor y el despecho, la necesidad, un golpe de suerte, la puta circunstancia. Y es ahí cuando todos los recuerdos (los buenos sobre todo) comienzan a proyectarse en las paredes frente a ti como en un cine mientras tratas de meter nuevamente Tu Vida en un par de maletas. Y se te encoge el estómago, y se te corta el aliento, y tragas seco. Te late que la supuesta indolencia ante tu propia partida fue una fabulación. Sospechas que después de tanto hay algo de ti que ya nunca se marchará del todo, que permanecerá aquí incluso si jamás regresaras.

Es entonces cuando descubres que ese sitio donde has habitado, a su vez, también te habita. Irremediablemente.

68686025_10219676038961269_1412456242181308416_o